Hace mucho tiempo, en una tierra muy muy lejana, vivía un chico que era muy valiente, temerario y que gustaba de aventuras fantásticas. Este chico gozaba de la compañía de un consejero y escudero fiel llamado Fanti, que le acompañaba allá donde fuera, aunque el chico no siempre fuera donde debiera.
Un día, paseando plácidamente por el campo, nuestros héroes escucharon un rumor en el viento. Éste hablaba de la existencia de un castillo, el castillo de la flor.
Según este rumor, en el castillo de la flor habitaban el dragón más grande y feroz que pudiera existir y la princesa más bella y feliz de todo el reino. Se decía que quien escuchase una sola vez la risa de la princesa del castillo de la flor, se convertiría en la persona más dichosa del mundo entero, ya que su risa era algo superior.
El chico vio en esto la oportunidad de su vida, ya que esta aventura, a simple vista, le parecía grandiosa y heroica, hecha exactamente a su altura.
Sin embargo, no tenía ni idea de cómo llegar al castillo, ni de cómo internarse en él.
-Si quieres saber cómo llegar al castillo de la flor –dijo su fiel consejero Fanti-, debes consultarle al viejo sauce que habita en lo más profundo del bosque. Si no lo sabe él, nadie lo sabrá.
Así, sin perder ni un instante y con toda la decisión del mundo, el chico se internó en el bosque, buscando al viejo sauce que le diría dónde encontrar el castillo de la flor.
Pasó el día, dando paso a la noche. La noche, de nuevo, dio paso a un nuevo día, que a su vez dio paso a la noche, luego al día, después la noche, y el día, y la noche, hasta que llegó el día y descubrieron, por fin, que habían llegado a lo más profundo del bosque, donde se encontraba el viejo y sabio sauce, el cual lloraba desconsoladamente.
-¿Por qué lloras? –Preguntó Fanti.
-Por nada… cosas mías –respondió el sauce-, pero decidme: ¿A qué habéis venido aquí, a lo más profundo del bosque?
El chico le dijo que quería saber cómo llegar al famoso castillo de la flor.
-¿Vais tras la risa de la princesa? –Cuestionó el sauce con el ceño fruncido-. Está bien, os diré cómo llegar al castillo de la flor. Pero antes, debo advertiros: Al igual que la risa de la princesa puede convertiros en la persona más dichosa del mundo entero, su lastimero llanto os sumirá en tal depresión que os convertirá en el más desdichado de entre los desdichados, y este peligro es mucho mayor que el del feroz dragón que habita en el castillo de la flor. Si aún así sois tan valientes de aventuraros en esta aventura, esto es lo que debéis saber: Justo detrás de mí encontraréis una bella flor. Cogedla, ya que es la llave del castillo, y dirigíos a lo más alto de la montaña más alta, ya que allí es donde se encuentra el castillo de la flor.
Tras darle las gracias al viejo sauce llorón, cogieron el macetero que contenía la flor que les permitiría entrar en el castillo y se dirigieron a lo más alto de la montaña más alta, y como el camino era bastante largo, se hizo de noche, y luego de día, y luego…
…y tras un arduo y fatigoso viaje llegaron a lo más alto de la montaña más alta, donde nuestro héroe descubrió con sorpresa e indignación que allí no había ningún castillo. Mientras el chico pensaba que el sauce se había burlado de ellos, su fiel compañero Fanti reflexionó:
-El viejo sauce nos dijo que la flor es la llave para el castillo de la flor. ¿Y que es lo que se debe hacer con una flor que está en un macetero?
El chico se encogió de hombros y negó con la cabeza.
-Creo que debes transplantarla al suelo –Dijo Fanti con resignación.
El chico, con la ilusión dibujada en la cara, comenzó a hacer un pequeño agujero en el suelo, donde colocó las raíces de la flor tras extraerla del macetero para, finalmente, enterrarlas en el suelo. Tras esperar unos segundos y no ver ningún cambio, la desesperación volvió a él. Incluso estuvo a punto de pisotear la flor cuando Fanti le detuvo.
-¡Espera! ¡Así no se trata a una flor! ¿De verdad no sabes lo que necesita?
El chico volvió a encogerse de hombros y a negar con la cabeza, esta vez con impaciencia.
-¡Necesita agua! Baja al valle y trae un poco.
El chico corrió ladera abajo hasta el río, llenó el macetero vacío con agua fresca, subió de nuevo a la montaña, y regó la flor.
-Y ahora, un poco de paciencia –Concluyó Fanti.
Y tras unos segundos de expectación por parte de nuestros héroes, el suelo tembló y finalmente (¡Plop!), el imponente castillo de la flor apareció bajo sus pies, dejándolos a ellos y a la flor en lo más alto de éste.
El chico estaba que no cabía en sí de gozo, animado y dispuesto para derrotar al dragón y rescatar a la princesa.
-Recuerda lo que nos dijo el viejo sauce –previno Fanti-, no debemos entristecer a la princesa, por lo que debemos ser precavidos.
Al chico no se le ocurría cómo podía entristecer a la princesa una vez que la hubiese rescatado de las garras del feroz dragón. Pensó que al estar libre de su prisión, ambos serían felices para siempre, por lo que decidió internarse en el castillo de la flor y buscar al dragón.
Y tras avanzar por varios pasillos y desandar lo andado varias veces, llegó a una enorme sala donde descansaba, completamente dormido, el enorme y fiero dragón.
-Creo que no debemos despertarlo –Susurró Fanti-. Está totalmente dormido, y no sabemos nada sobre él. Lo mejor será dejarlo dormir y seguir buscando a la princesa.
Esta observación, al chico, le pareció ridícula, ya que al salir del castillo con la princesa, el dragón podría despertar, asustarla y hacerla llorar. Por ello decidió despertar al dragón, ya que si no, la batalla no sería justa.
Tras gritarle al dragón que pensaba derrotarlo para rescatar a la princesa y así hacerla feliz, éste se echó a reír.
-¡Jajajaja! ¿De verdad te crees capaz de hacer feliz a la princesa? ¿Acaso la conoces? ¿Sabes realmente lo que puede hacerla feliz? En cualquier caso, jamás llegarás hasta ella, ¡ya que nunca conseguirás derrotarme!
La batalla comenzó, y fue bastante dura, y aunque el dragón era realmente fiero, nuestro héroe al final, consiguió herirlo de muerte. Con un último esfuerzo, el dragón le dijo:
-Puede que me hallas derrotado, pero nunca saldrás victorioso del castillo de la flor, ya que la solución no siempre es tan evidente como nosotros creemos. Yo he sido feliz, pero tú jamás lo serás.
Y dicho esto, el dragón murió.
Aun habiendo derrotado al dragón y sin saber por qué, nuestros héroes siguieron buscando a la princesa cabizbajos, como si realmente hubiesen sido ellos los derrotados. El chico culpó de esto a la magia que, según dicen, tienen los dragones en la voz, y se convenció a sí mismo de que se animaría cuando viese a la princesa. Y así fue.
Al verla en su alcoba, tan preciosa y delicada, nuestro héroe cayó de rodillas y le contó que había derrotado al dragón, y que pensaba llevársela de ese castillo para que fuera feliz por siempre.
Ella, al oírlo, comenzó a sollozar, y dijo muy triste:
-¿Cómo te atreves a decidir mi futuro? ¿Acaso yo pedí ser rescatada? ¿Acaso yo te pedí que mataras a mi único amigo? Yo era feliz aquí, en mi hogar, hasta que llegaste. Ahora nunca volveré a sonreír, y tú tampoco.
Y dicho esto, rompió a llorar. El chico, que estaba desconcertado y asustado, le pidió perdón mil y una veces por haber asesinado al dragón, su único amigo, y le prometió que le presentaría a un montón de amigos que él tenía, y también le prometió una casa inmensa, juguetes, riquezas, lujo, amor, cariño,… pero todo fue en vano.
Pasaron los días y cada vez el desconsuelo de la princesa era mayor, sin que nuestro héroe pudiera hacer nada por consolarla, hasta que un día, la princesa murió sobre su cama, en su alcoba del castillo de la flor.
Y el chico se quedó allí, a los pies de la cama, sin ganas de sonreír ni de ser feliz, hasta el fin de sus días.
FIN.
Moraleja:
“No todas las aventuras son para los valientes.”
[-Epílogo-]
-Mamá, mamá.
-Dime, cariño.
-¿Y que pasó con Fanti?
-¿Quién te crees que me contó la historia? Anda, duérmete ya, que es tarde.
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