Lo que necesitaba ahora era dar un paso más.
Las rentas que le generaban sus anteriores novelas eran ingresos más que suficientes para permitirse el lujo de tomarse un par de años para dedicarse a un proyecto personal que había dejado aparcado durante demasiado tiempo… y había decidido que había llegado la hora de llevarlo a cabo.
Miguel Castillo creía que había conseguido casi todo en la vida. Estaba felizmente casado con una preciosa enfermera llamada Manuela, y tenían una hija estupenda de cinco años de edad, Clara. Su carrera profesional había ido viento en popa, lo que había supuesto darle a él y a su familia una calidad de vida alta, relajada y lujosa. Podía decirse que era feliz, y que hacia feliz a su esposa y a su hija.
Hacía ya medio año que había publicado su último trabajo, La larga espera, y lo cierto es que fue un gran éxito… Pero ahora que había conseguido que su suerte sonriera, quería ir más allá, aspiraba a una novela magistral y sublime, digna de cualquier biblioteca, digna de estar en la historia para siempre… Y para ello, necesitaba algo más que los conocimientos y el vocabulario de un simple escritor… Y nadie, ni siquiera su editor, se lo podría impedir.
Tenía la mirada perdida en la ventana, sumido en una extraña tranquilidad. Veía, con poca definición, su reflejo en el cristal. Su figura bajita, su rostro poco agraciado y su sonrisa inundada de bondad. Vestía un elegante traje gris, con corbata y hasta gemelos. Se decía que la ocasión lo valía… la ocasión que había esperado durante mucho tiempo.