sábado, 3 de septiembre de 2011

El viajero del destino - Prólogo (1º Premio en el torneo XIII de FJE)

Lo que necesitaba ahora era dar un paso más.

Las rentas que le generaban sus anteriores novelas eran ingresos más que suficientes para permitirse el lujo de tomarse un par de años para dedicarse a un proyecto personal que había dejado aparcado durante demasiado tiempo… y había decidido que había llegado la hora de llevarlo a cabo.

Miguel Castillo creía que había conseguido casi todo en la vida. Estaba felizmente casado con una preciosa enfermera llamada Manuela, y tenían una hija estupenda de cinco años de edad, Clara. Su carrera profesional había ido viento en popa, lo que había supuesto darle a él y a su familia una calidad de vida alta, relajada y lujosa. Podía decirse que era feliz, y que hacia feliz a su esposa y a su hija.

Hacía ya medio año que había publicado su último trabajo, La larga espera, y lo cierto es que fue un gran éxito… Pero ahora que había conseguido que su suerte sonriera, quería ir más allá, aspiraba a una novela magistral y sublime, digna de cualquier biblioteca, digna de estar en la historia para siempre… Y para ello, necesitaba algo más que los conocimientos y el vocabulario de un simple escritor… Y nadie, ni siquiera su editor, se lo podría impedir.

Tenía la mirada perdida en la ventana, sumido en una extraña tranquilidad. Veía, con poca definición, su reflejo en el cristal. Su figura bajita, su rostro poco agraciado y su sonrisa inundada de bondad. Vestía un elegante traje gris, con corbata y hasta gemelos. Se decía que la ocasión lo valía… la ocasión que había esperado durante mucho tiempo.

Casi tres años le había costado encontrar a los profesionales que necesitaba a su lado: Beatriz, renombrada profesora de historia; Noah, pintor profesional; Océanne, atractiva música. Había elegido a esas tres personas que, por un motivo o por el otro, habían destacado frente a todos los demás candidatos que se habían inscrito en su blog con las ansias de colaborar en su trabajo de grandes dimensiones.

Se giró hacia el escritorio, abandonando las hermosas vistas del frondoso bosque que les daba la espalda a la enorme casa. Allí encima tenía las fichas de identificación de sus nuevos ayudantes. Las observó por encima, pues ya casi se las sabía de memoria, y sólo se detuvo para indagar un poco más en las fotografías tamaño carné.

Sus nuevos compañeros irían llegando a la dirección indicada sobre las cinco de aquella misma tarde. Y ahí comenzaría su trabajo.

Les había dado indicaciones expresas de comenzar a desarrollar sus conocimientos en el preciso instante de que pusieran un solo pie en los alrededores de aquella aislada aldea.

— Ante todo sois profesionales de alto nivel. Aquí venís a mostrar lo mejor de vosotros. Aquí tenéis que venir con ganas de olvidaros del resto del mundo y centraros en lo que tenéis que centraros.

Sus palabras fueron contundentes por teléfono y aceptadas por los tres miembros de su equipo personal. No suponía un reto para él dominar un grupo ni liderar un proyecto. Lo que más difícil le había resultado en todo aquello, había sido comunicárselo a su esposa e hija, y asumir que iba a estar separado de ellas un periodo de tiempo relativamente largo.

Miró la fotografía de sus dos joyitas que decoraba el escritorio. Ambas mujeres le devolvían una mirada brillante y feliz, y tenían una dichosa sonrisa en los labios. Miguel se preguntó a sí mismo si existiría algo más hermoso que verlas sonreír. Se dejó caer sobre la silla, abatido por la distancia que ahora mismo lo separaba de ellas.

— No será mucho tiempo cielo, sólo el necesario para acabar — le había dicho a Manuela, mientras la cogía de las manos, con los ojos llorosos y un temblor en la voz —. Cariño, pensaré en ti a cada momento. Además, todo esto es por ti, y por Clara. Para que no os falte de nada, para que seáis felices.

— ¿No podemos acompañarte, Miguel? — insistió su esposa. Manuela jamás había dormido una noche lejos de su marido desde que se habían casado, la sola idea se le antojaba muy dolorosa y complicada. Ella sufría una enfermedad cardiaca degenerativa, y para su marido eso había marcado toda su carrera. Había evitado viajar, hacer giras o desplazamientos. Había procurado estabilidad y tranquilidad, para que su corazón no fallase jamás. No, el estado de salud de Manuela no podía permitirse un viaje de esas características.

— Estaré todo el día trabajando en la novela — replicó, a su pesar —. Además, no creo que sea el sitio apropiado para Clara. Ella necesita estar con sus amigos y en su entorno. Una mansión, aislada, sin cobertura y solitaria, no es el mejor sitio para que estéis. Me quedo más tranquilo si estáis aquí. Os llamaré lo más a menudo posible.

Era la primera vez en la vida que Miguel hacia algo de forma egoísta. Sí, es cierto que Manuela y Clara compartirían parte de su éxito, pero en su mayoría, el escritor buscaba su crecimiento como profesional, el reconocimiento histórico y el mayor aplauso que ningún otro había conseguido en mucho tiempo.

Sonrió, víctima del orgullo y la avaricia. Se veía capaz, reconocía que era capaz de triunfar. Su corazón se llenó de emoción y sus pupilas se dilataron. Ansioso, cogió una pluma estilográfica y con caligrafía muy cuidada, comenzó:

"Era la primera vez en toda su vida que hacia algo únicamente por el mismo, sin pensar en los demás. Aquel viaje inexplicable, en que nadie sabía lo que se iba a encontrar, era el primer regalo que se hacia en toda su vida".

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