jueves, 7 de julio de 2011

El tránsito real o la supresión de la democracia.


No quiero tener un rey y tampoco siento que aquél que lo estima tenga una razón de peso para que vea en su discurso un grado aceptable de justificación. Mi rey es mi intelecto, quien gobierna sobre mi razón y sobre mi juiciosa voluntad, a su antojo elige y selecciona lo más oportuno haciendo que tenga atino o no en mi acción. Si fallo en mi elección la estructura estatal sabrá ponerme las trabas pertinentes y si acierto sabrá recompensarme dentro de sus límites bien determinados. Pero cuando el sistema político se equivoca no hay una conciencia que acometa la acción de reprender tal acto, se encierra en sí mismo quizás por miedo o intolerancia. Se hace camino al andar, evidentemente; el camino ya ha terminado y es hora de actuar.

Nos encontramos en el año 2011 y una figura destaca por encima del resto, la elección se desvanece ante una burda justificación: el bien común. Este argumento de tan notoria presencia en el discurso retrógrado actual es la causa que corrompe cualquier intento de lucidez ante tal afrenta a la libertad pura. Si alguien sobresale por encima del resto, eso no es democracia; si alguien tiene el privilegio de atesorar por encima del resto, eso no es justo; si la voluntad de una sola persona reclama su independencia de aquello que es representado por un títere real, entonces, ¿qué nos queda?, Abdicación inmediata o descrédito absoluto de esa democracia. Y si el descrédito está ahí patente, y prosigue en la refutación de esa injusticia, ¿qué hacer? Por mi parte, obviar la naturaleza de la democracia como pura, pues en su más sencilla expresión falta a la verdad: ni somos todos iguales, ni me convencerán de lo contrario. Vería cualquier intento de independencia o cualquier acto de violencia en la misma consonancia a la propia figura del rey, demostrándose de manera directa una falta de libertad, un principio de desigualdad, y un menosprecio a la ciudadanía que, con tanto esmero llena su mente con palabras vacías y miradas embaucadoras.

Para el año que viene… empecemos por ofrecer la libertad igualitaria que han dicho que tenemos. El principio marca el después, si no, aceptaré el conflicto como un arma que consiga después un principio plano, llano e inalterable al desmán del que hoy impide ser al títere real igual al resto, y por supuesto, me impide a mi no ser libre, sentirme vasallo de un rey que solo puede continuar ahí por voluntad política, la verdad, inmutable ante la política, hace tiempo que se desvaneció de sus majestades.

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